Vreeland
Vreeland
Muy buenas, lectores
¿Qué tal el comienzo de octubre? Espero y creo que seguro bien, este mes es la vuelta a la rutina, aunque da comienzo a la época de eventos por excelencia, lo cual es atractivo también. Por otro lado, en uno de estos impulsos reflexivos que a veces me dan, he pensado en lo complejo que es el organigrama en el sector de la moda. La cantidad de trabajos y responsables que son necesarios para sustentar esta industria. Lejos quedaron aquellos tiempos en los que la moda se limitaba a la gente que la creaba y la gente que la vestía, si es que alguna vez fue meramente así.
Como diseñadora, siempre veo la dificultad de este trabajo, sus vicios y sus virtudes, así como me gusta reconocer el mérito de algunos diseñadores de renombre que nos ha dejado la historia. Montana, Saint Laurent, Mugler… Ya he hablado de algunos en más de una ocasión, procurando esta especie de homenaje que me gusta hacer de ellos. No solo en lo profesional, sino también en lo personal. Considero de gran importancia como los valores de una persona y su manera de ejecutar el trabajo influye en su maestría. La creatividad de Gaultier, el afán artístico de Fortuny o el perfil bajo de Lanvin, del que comentamos la semana pasada, son solo algunos de estos rasgos que me gusta comentar acerca de los diseñadores.
No obstante, se me hace inevitable confesar que sin el círculo de profesionales de la comunicación, el modelaje, el marketing, la fotografía, el estilismo o el maquillaje, entre otros, no sería nada de los diseñadores. La labor del diseño es solo un ápice de todo el proceso en la moda. Dada esta razón, me gustaría iniciar un nuevo registro de blogs para hablar de personalidades de la moda. De gente que sin diseñar dio su vida a este oficio por el bien de todos.
No puedo partir entonces de una mejor protagonista, Diana Vreeland.
Herencia
Si en la actualidad, os planteo elegir a la persona más importante en moda, muy probablemente habría casi unanimidad en Anna Wintour. Pues bien, he de deciros que como es cotidiano, Wintour tampoco fue en su momento nada nuevo bajo el Sol. Vreeland fue su maestra y predecesora. Pocos hechos hablan más por su figura que ser el icono de la jefa en moda en la actualidad.
Carrera
Su transcurso en la vida laboral contó con importantes empresas en su currículum. Hablamos de comenzar su vida como columnista en Harper’s Bazaar o pasar de esta a Vogue, donde ascendió al mayor puesto: editora jefe. Además en su momento Vreeland fue la encargada del Costume Institute del Metropolitan Museum de Nueva York en calidad de comisaria de exposiciones. Es por eso que su sucesora también cuenta con este cargo.
Entorno
Además de ser hija de una socialité americana, Vreeland tuvo un importante círculo social con grandes personalidades. Desde Gabrielle Chanel a Wallis Simpsons, pasando por multitud de nombres de la moda como es común, aunque también de otros círculos. Fue presentada ante el rey Jorge V del Reino Unido y llegó a conocer a los Kennedy y Clark Gable.
La cuestión es que Vreeland tuvo una vida de ensueño, pues no era de orígenes humildes tampoco. Se dedicaba al baile antes de columnista, su padre era corredor de bolsa y su marido fue banquero. Vreeland podía haber sido de esas señoras de la época que solo se dedicaban a su entretenimiento, pero su pasión por el trabajo le llevó más lejos que los hombres que la rodeaban.
Incluso vestía las marcas de las que hablaría en un futuro antes de tener esa labor. Había nacido en París, pero llegó a vivir en Nueva York y en Londres. Fue una mujer de mundo y afortunada en su vida.
Original
Si el ser mujer trabajadora con su posición en su época no es de por sí original, Diana Vreeland era una persona de las que no asocias ni asemejas a nadie. La propia redacción de Vogue la destaca como una persona única con un breve párrafo de su autobiografía, la cual escribió en 1984.
El texto en sí tiene una particular forma de hablar de la vulgaridad como algo necesario, una extraña declaración desde la posición que ostentaba y su referencialidad para el mundo de la estética. Dice así:
La vulgaridad es un ingrediente muy importante en la vida. Soy una gran creyente en la vulgaridad —si aporta vitalidad—. Un poco de mal gusto es como una pizca de pimentón. Todos necesitamos una pizca de mal gusto, es fortalecedor, es sano, es físico. Pienso que deberíamos usarlo más”
D.V.
Este es el nombre que recibe su autobiografía, las siglas de Diana Vreeland. Gracias a ella podemos conocer cómo fue esta figura tan peculiar, sin embargo existe algo curioso que ya comentaba al principio de la publicación. Vreeland en su obra no plasma su trabajo únicamente, no es un libro para comunicadores ni una guía para periodistas, editores o columnistas. Es una visión de su mundo, literalmente se dice que D.V. resume la vida que le tocó vivir a Vreeland en todos sus sentidos. Moda, arte, literatura o sociedad son solo algunos temas de los que Diana nos comparte su perspectiva.
Dinero
Hablar de dinero es considerado en muchas ocasiones de mal gusto. No sabemos si a Vreeland le gustaba o no hablar de este tema, lo que sí sabemos es que no había dinero que superará a la moda. Para la editora, cualquier precio estaba supeditado a un buen trabajo editorial. Ingentes son las cantidades que destino como encargada a sus editoriales memorables, las cuales le costaron el puesto en 1971.
En definitiva, Vreeland fue un personaje para la historia de la moda y del mundo. Una figura irreplicable que nos enseña lo importante que es tanto ser trabajador y magistral como ser auténtico.